Crítica de La Nación 22/04/09

El Che Guevara también puede cantar

La puesta en escena de Daniel Suárez Marzal ayuda mucho a hacer creíble esta historia de vida.

En la foto: Germán Barceló

Che el musical.
Libro y Música: Oscar Laiguera y Oscar Mangione. Elenco: Alejandro Paker o Germán Barceló, Marisol Otero, Roxana Carabajal, Rubén Juárez, Brian Cazeneuve, Marilí Machado, Martín Juan Selle, Tamara Koren, Marco Dimónaco, Ezequiel Salman, Florencia Benítez, Christian Alladio, Alejandro Zanga , Pablo Toyos, Oscar Mangione y elenco. Coreografía: Omar Saravia. Escenografía y Vestuario: Sergio Massa. Iluminación: Manuel Garrido y Nicolás Trovato. Diseño de sonido: Norberto Safe. Dirección Musical: Oscar Lagueira. Puesta en escena y Dirección: Daniel Suárez Marzal. En la Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Duración: 150 minutos.

Nuestra opinión: buena

La Ciudad Cultural Konex continúa esforzándose por posicionarse en la plaza teatral porteña como un espacio para la Comedia Musical. Lo intentó con Pasión Bohemia , lo logró con Rent y ahora reincide con Che, el musical argentino , una propuesta más que osada ya que fusionar a la figura de un mítico idealista revolucionario con un género como el de la comedia musical suena, a simple vista, arriesgado. Los responsables han señalado, como antecedente, que ya se hizo algo así con un prócer nacional, pero habría que señalar que por sus antecedentes, gustos, y excentricidades, Eva -que hizo de sí misma una representación- es mucho más fácilmente capturable por las industrias culturales que Ernesto "Che" Guevara, quien estuvo permanentemente en fuga, lo que lo vuelve, y no por un prejuicio con el musical en sí, una figura más compleja para cualquier tipo de representación escénica. El costo inevitable es el producir cierta banalización de los principios que movilizaron su vida y su lucha, o al menos despojarlo de la carga ideológica con la que sostenía su accionar. Por fuera de esto hay que decir que si bien, seguramente, ni las letras ni la música pasarán a la historia, Che, el musical argentino se impone por la labor que su director, Daniel Suárez Marzal, realizó sobre el escenario volviendo entretenidas las dos horas y media de función sin intervalo.

Dinámica

Lo primero que hay que señalar en este sentido -y con mayor énfasis- es el uso del espacio escénico. La sala principal de la Ciudad Kónex respeta todavía -felizmente- el origen de ese edificio y permite darle al espectáculo cierta suciedad, cierta rudimentariedad que le aporta y mucho tanto al personaje como al tema. Enormes portones metálicos que suben y bajan, rampas, escaleras y barandas aportan un dinamismo a la escena que tal vez no tenga tan bien trabajada en sus partituras. Y desde ese lugar Suárez Marzal supo dirigir o aceptar las propuestas del escenógrafo Sergio Massa, quien con muy pocas estructuras -y muy económicas algunas de ellas- puede producir un sentido que rompe con cualquier tipo de representación realista. El mejor ejemplo en este sentido es la motocicleta con la que realizara junto a Granados su viaje latinoamericano. Ella es el mejor ejemplo visual del objetivo de Suárez Marzal: quebrar las linealidades, romper el carácter figurativo y las interpretaciones sencillas de un ser en sí mismo complejo. Así el espacio se compondrá y descompondrá cuantas veces sea necesario para romper con la referencialidad.

Algo similar puede observarse en el cuerpo de baile, que ocupa verdaderamente un rol protagónico. Con una sólida formación clásica, la mayoría de ellos saben llevar a cabo cada una de las líneas coreográficas por las que Omar Saravia los lleva -que son muchas por cierto-, y colaborar con ese espíritu conceptual con el que trabaja el director. Hay momentos en los que los cuerpos habitan el espacio mientras que en otros directamente son ellos quienes lo crean.

En cuanto a los intérpretes hay que señalar primero que son dos los actores que interpretan al protagonista, Alejandro Paker y Germán Barceló. Este crítico vio una función en la que debía estar Paker pero que finalmente fue protagonizada por Barceló, quien tiene una gran destreza musical acompañada por un fuerte histrionismo. Está muy bien acompañado fundamentalmente por Brian Cazeneuve (la infancia del Che), Marisol Otero (Musa de la revolución), Florencia Benítez (Chichina) y fundamentalmente Roxana Carabajal, quien recibe al revolucionario en Bolivia y lo hace con una calidez y una dulzura que se destaca por sobre el resto y que le da jerarquía a las zonas folclóricas latinoamericanas por las que transita este musical.

El problema, entonces, no está en el desempeño de los rubros sino en la idea en sí, ya que es el propio personaje (y Camilo Cienfuegos, Fidel y Raúl Castro y otros) quien contrasta. Porque desde lo visual se eligió la imitación, la referencia lineal, pero el director trabaja todos los otros lenguajes de forma conceptual. Tal vez el resultado hubiera sido otro si hubieran puesto esta historia dentro de un marco que permita un mayor extrañamiento para relatar una historia que está demasiado viva en América latina, por más que se haya querido convertirlo en el rostro impreso en una remera.

Federico Irazábal

3 comentarios:

  1. EXCELENTE OBRA!! RECOMIENDO IR A VERLA, HERMOSA!

    ResponderEliminar
  2. Pacho O'Donell, el que decía contar la historia que no nos contaron, llama idealismo al exacerbado autoritarismo de un criminal.

    Sabrina Sol Dembrillo


    Adjunto debajo la crítica de Ariel Corbat:

    CHE, EL MUSICAL ARGENTINO:
    Como PRIMAVERA PARA HITLER, pero sin gracia.

    El miércoles 22 de Abril fui invitado a ver la función de Che, el musical argentino. Para entonces ya conocía las críticas que publicaron tanto Clarín como La Nación, coincidentes en algún punto y decididamente opuestas en otros. Entre la repulsa ideológica y el afecto por algunas de las personas que participan del proyecto, decidí satisfacer la curiosidad aceptando el convite.

    El talentoso Mel Brooks dejó muy en claro con “Los Productores” que no hay fórmulas que garanticen el éxito o el fracaso en el mundo del espectáculo. Y seguramente, del mismo modo que con la imagen de Guevara se vende el marketing del inconformismo, habrá público que compre su boleto para ver la puesta en escena de este fallido musical cuyo defecto inicial es la chatura del guión; panfletario hasta el aburrimiento.

    Propio de un Billiken cubano, sólo apto para reforzar la visión de la historia con que adoctrinaría el Manual del Buen Alumno Castrista, el libro escrito por Oscar Laiguera y Oscar Mangione cierra el abanico de las chances artísticas optando por una narración ingenua que no explota ninguna de las aristas polémicas del personaje.

    Un musical sobre el Che debería tener la audacia de poner mugre buscando la sangre para agitar las aguas de la controversia; prefirieron en cambio adosarle alitas de ángel, moderarlo y despojarlo así de la cosa visceral que hace a la pasión. Aunque se repita en parte de la obra que “la moderación es la más execrable de las virtudes”, apenas si asoma la nariz del monstruo cuando en la lectura de cartas se describe Guevara como todo lo contrario de Cristo, pero es apenas un instante de tufillo a roña, un amague de rebeldía, porque enseguida vuelve a la senda del santo que se encamina al martirio con… resignación cristiana y disciplina marxista.

    El peor momento del guión es la triste claudicación del pretendido "musical argentino" ante la influencia del musical inglés Evita, introduciendo a cuento de nada, por mero efecto espejo, un imaginario diálogo entre Eva Duarte de Perón y Ernesto Guevara. Resulta una gringada difícil de digerir ese diálogo insustancial fuera de la cronología. Distinto hubiese sido imaginar un contrapunto entre Juan Domingo Perón en el exilio y Ernesto Guevara, que acaso sería entre el militar y el guerrillero, entre el político nacionalista y el aventurero apátrida, entre el que quiere construir y el que sólo pasa para destruir, entre el que va a morir de viejo y el que busca la muerte.

    Curiosamente, el mejor momento del guión lo encarna en escena el propio Oscar Mangione. Es cuando representando al paisano arraigado a la tierra, que orienta al aventurero en viaje, canta lo que bien podría ser una oda a la revolución conservadora del que día a día construye futuro cuidando sus raíces. Quizá sea esa la paradoja de la obra. Vale subrayar que Mangione canta muy bien, con una gran potencia expresiva, modulando agradablemente el amplio caudal de su voz para contagiar de sentimiento telúrico a la platea.

    Hecha la salvedad, no hay otra originalidad. La historia transcurre sobre los carriles de lo sabido: la infancia signada por el asma, la relación con su madre, el viaje en motocicleta, el acercamiento a los Castro, el triunfo de la campaña contra Batista y el fracaso de la expedición guerrillera en su invasión a Bolivia. Contabilizados cincuenta años de férrea dictadura comunista en Cuba poner en boca de Guevara la palabra libertad debería provocar cuando menos alguna sonrisa irónica, pero el texto es tan escolar que ni esa reacción genera. Como es harto previsible la obra finaliza con el Che, ya mitificado, arengando con la más vacía de sus frases: “Hasta la victoria, siempre”.

    El gusto a poco que deja el contenido de este musical hace que al pasar de la sala en el Centro Cultural Konex a la mesa del café la charla se desprende del personaje, de la ideología y de cualquier posibilidad de polémica. Entonces al primer sorbo tonificante extraído del pocillo comienza el repaso de las interpretaciones, apreciación entorpecida por la mala calidad del sonido, un fastidio que reiteradamente conspira contra el talento de los cantantes. En un musical donde las letras importan, el sonido debería estar planteado como bajorrelieve en el que la voz siempre sobresalga del acompañamiento musical, eso no ocurre en Che, el musical argentino, por lo que en distintos pasajes se pierde la voz aplastada por la irrupción de la orquesta, y si además se escuchan acoples o se producen oscilaciones de tipo técnico la falencia en la que incurre el diseño de Norberto Safe es doble: conceptual y técnica.

    Por otra parte la música de los dos oscares, Laiguera y Mangione, no ayuda mucho, en rigor de verdad no aporta nada. Lisa y llanamente puede ser calificada de intrascendente, no tiene pulso ni corazón. Con toda razón han coincidido en este punto crucial las críticas de Pablo Scholz en Clarín y de Federico Irazábal en La Nación.

    Scholz: “Desde la música, ejecutada en vivo por una orquesta que dirige Oscar Laiguera, coautor de Che, el musical argentino, no hay un leit motiv que se recuerde a la salida del Konex”.

    Irazábal: “Seguramente, ni las letras ni la música pasarán a la historia”.

    Conceptos absolutamente lapidarios. Pero si la música es intranscendente, al menos nunca cae en el ridículo, que no es el caso de la patética coreografía. La labor del coreógrafo Omar Saravia pareciera haberse empeñado en opacar hasta la anulación el lucimiento del cuerpo de baile, todo es elemental y acotado. Ni un momento destinado a poner la danza en la admiración del público, ni hablar de buscar la desmesura, tan mala es su labor que uno termina por preguntarse si realmente quiere que el proyecto salga adelante. El colmo se da en la apertura de la segunda parte -el receso del intermedio fue incorporado a partir de las críticas de Clarín y La Nación-, la muchedumbre avanza sobre el escenario con pasos y posturas que hacen pensar en “El regreso de los muertos vivos”, por lo que a cualquier espectador -incluso al más tanguero- le pasa por la cabeza la música de Thriller y el video de Michael Jackson.

    Sí me pareció bien diseñada la escenografía, que ofrecía posibilidades de un buen despliegue en la movilidad de los personajes, el ensamble y el cuerpo de baile. Del mismo modo, aunque no luce particularmente, considero bueno el vestuario, pese a que no me terminó de convencer la vestimenta de Marilí Machado en el rol de la madre de Guevara. Tanto la escenografía como el vestuario son responsabilidad de Sergio Massa, dentro del equipo técnico posiblemente lo mejor. La iluminación, de Manuel Garrido y Nicolás Trovato, aunque económica también merece aprobación.

    Obviamente no alcanza la prolijidad de esos tres rubros para defender la opaca labor del Director Daniel Suárez Marzal. Queda la impresión que asume su cargo sin ejercerlo, como si el libro hubiese sido vomitado sobre el escenario y toda la guía fuera apenas una desentendida inercia que no naufraga en un mar de obstáculos por el braceo a puro corazón de los intérpretes.

    Lo único valioso que rescata la mesa del café posterior al show son los intérpretes, más allá de alguna sobreactuación –cuya corrección correspondería al Director- todos demuestran condiciones y se esfuerzan manteniéndose por encima de la mediocridad de la puesta. Es entre ellos donde hay que poner los elogios, empezando por Alejandro Paker, quien carga en hombros con la mayor parte del peso en la larga extensión de la obra. Si Paker (o Germán Barceló) no logra mayor conexión con el espectador es porque desde el libro se ha elegido que represente una remera que canta y el Director le pasó la plancha.

    La tarea de Marilí Machado es de una abnegación impresionante. Si contra alguien conspira el diseño de sonido es precisamente contra esta gran intérprete del Tango, quien sin mostrar desánimo levanta igual, contra viento y marea, el papel de Celia hasta constituirse en uno de los soportes de la obra. En mi opinión el Director no le ha dado el cuidado que merece, y eso es imperdonable.

    Impecable resulta la participación de Brian Cazeneuve como el niño Ernesto Guevara. Una de las pocas veces en que el sonido dejó a la voz en el lugar limpio y principal. No sería extraño que logre algún premio revelación, ya que con su afinación y entusiasmo logró cruzar el opresivo y constante cerco del Director a los artistas.

    La otra sorpresa agradable es Lucila Juárez, quien interpretando el papel de Aleida March impone presencia sobre el escenario sumando a sus condiciones vocales un histrionismo de interesante tensión dramática. También representa el rol de Musa de la Juventud, pero en esa parte debió batallar contra el pésimo sonido.

    Además del ya citado Oscar Mangione (Paisano) muestran solvencia en sus roles Marisol Otero (Musa de la Niñez y Musa de la Revolución), Sabrina Tassara (Musa de la Inmortalidad) y Ezequiel Salman (Alberto Granado).

    La que sería la frutilla del postre, si esta obra amarga pudiera catalogarse de postre, es sin lugar a dudas Roxana Carabajal en el papel de Julia Cortés, una voz exquisita que imprime algo de emoción a un final del todo previsible.

    Con todo, Che, el musical argentino podría salvarse mediante un pequeño pero vital giro dramático en el final. Cuando el más simpático y deseado de los personajes, es decir Gary Prado, pregunta al derrotado invasor si tiene alguna última voluntad antes de ser fusilado, sería brillante que el Che respondiera enardecido:

    - ¡Sí! Sí tengo una petición, le ruego que antes de ejecutarme a mí, me hagan el bendito favor de ajusticiar al horrible Director de esta obra, entonces, entonces como el valiente Cabral… yo también moriré contento.


    Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
    http://www.plumaderecha.blogspot.com
    Estado Libre Asociado de Vicente López

    ResponderEliminar
  3. PAPELÓN INTERNACIONAL DE ARIEL CORBAT

    "No me consideraba supersticioso cuando el gato negro cruzó delante de mi auto
    en inmediaciones de Parque Centenario, por eso lo esquivé de un volantazo
    demostrando buenos reflejos e ignorando cualquier connotación esotérica. Era
    la noche del fatídico 14 de marzo de 2009 e iba camino a Bien Bohemio para
    participar de la amigable velada organizada por Perfiles del Tango. La próxima
    vez que vaya manejando y alguna de esas alimañas ose atravesarse voy a pasarle
    por encima aunque tenga que perseguirlo por la vereda. Reversa y primera hasta
    arrollarlo siete veces, ocho serían mejor, por la dudas.

    Si fuera el caso de echar culpas el oscuro minino serviría de chivo expiatorio.
    Pero tales mezcolanzas zoológicas no son más que un escape inútil. La razón
    indica con auténtica razón que ningún animal tuvo cosa que ver con el
    infortunado suceso. Excepto, claro, el animal que está escribiendo esto.

    Ya en la casa de Titi Rossi me encontré con Miguel Gadea y demás compañeros
    de Perfiles del Tango. El ambiente era previsiblemente bueno, sin exagerar unas
    450 personas casi colmaban las instalaciones, porque además de nosotros los
    rioplatenses se hacían notar en importante número los turistas extranjeros:
    colombianos, mexicanos, franceses, ingleses, filipinos, japoneses, un chileno de
    apellido San Martín, cuatro finlandeses y hasta un maorí que entre los
    tatuajes tribales llevaba a Carlos Gardel sonriendo en la frente. Lo que se dice
    una velada internacional.

    Y al gusto de estar entre amigos perfileros le añadí un submarino, así que no
    puedo alegar ebriedad. En eso la anfitriona, Marta Rossi, toca campana de
    largada y comenzaron a pasar por el escenario los cantantes de Perfiles. Todos
    hicieron lo suyo con una gran dignidad, como para reafirmar el orgullo de ser
    miembro del grupo. Hasta que llega el turno del quía. El tipo, o sea yo, sube
    confiado para recitar "Perfiles del Tango", deja un breve preámbulo
    explicando a la gringada que los presos de Martín García picaban piedras que
    sirvieron para adoquinar algunas calles de Buenos Aires y Montevideo, y se larga
    a recitar. No leo. Claro que no. Porque Ariel Corbat no lee, recita. Me entono y
    voy bien, tanto que el Maestro Tony Gallo, tan parecido al bueno de Ricardo
    Espalter, me confiere el honor de acompañarme con los sones de su guitarra;
    casi un "Jamón de Tango", si saben a lo que me refiero. Pero entonces los
    renglones mentales se le
    atraviesan al autor intérprete. Son un puñadito de versos y se me vuelan. Se
    van y un blanco desértico me hace pito catalán mientras el jamón se convierte
    en la pata maloliente del cerdo. Papelón. Pido disculpas y apelando a la
    paciencia del público tomo de prepo una segunda oportunidad. ¿Cómo no voy a
    poder recitar "Perfiles"?, si ayer nomás a la sobremesa del asado pegué al
    hilo y de un tirón "Queremos Tango" y "Epifanio en Café Homero", que
    son mucho, pero muuucho más largos. Arremeto con el orgullo herido y afán de
    revancha. Me cuesta pasar los cambios pero va, a los tumbos cual piloto de
    rally, pero avanzando... y a dos versos del final, derrapo y vuelco, otra vez
    quedo patas para arriba al costado del camino. Papelonazo. Una mujer del
    público dice con justo fastidio "Hay que tomar la pastillita". Y tiene
    razón, pero creo que también me olvidaría de tomarla".
    Ariel Corbat

    ResponderEliminar