La puesta en escena de Daniel Suárez Marzal ayuda mucho a hacer creíble esta historia de vida.
En la foto: Germán BarcelóChe el musical. Libro y Música: Oscar Laiguera y Oscar Mangione. Elenco: Alejandro Paker o Germán Barceló, Marisol Otero, Roxana Carabajal, Rubén Juárez, Brian Cazeneuve, Marilí Machado, Martín Juan Selle, Tamara Koren, Marco Dimónaco, Ezequiel Salman, Florencia Benítez, Christian Alladio, Alejandro Zanga , Pablo Toyos, Oscar Mangione y elenco. Coreografía: Omar Saravia. Escenografía y Vestuario: Sergio Massa. Iluminación: Manuel Garrido y Nicolás Trovato. Diseño de sonido: Norberto Safe. Dirección Musical: Oscar Lagueira. Puesta en escena y Dirección: Daniel Suárez Marzal. En la Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Duración: 150 minutos.
Nuestra opinión: buena
La Ciudad Cultural Konex continúa esforzándose por posicionarse en la plaza teatral porteña como un espacio para la Comedia Musical. Lo intentó con Pasión Bohemia , lo logró con Rent y ahora reincide con Che, el musical argentino , una propuesta más que osada ya que fusionar a la figura de un mítico idealista revolucionario con un género como el de la comedia musical suena, a simple vista, arriesgado. Los responsables han señalado, como antecedente, que ya se hizo algo así con un prócer nacional, pero habría que señalar que por sus antecedentes, gustos, y excentricidades, Eva -que hizo de sí misma una representación- es mucho más fácilmente capturable por las industrias culturales que Ernesto "Che" Guevara, quien estuvo permanentemente en fuga, lo que lo vuelve, y no por un prejuicio con el musical en sí, una figura más compleja para cualquier tipo de representación escénica. El costo inevitable es el producir cierta banalización de los principios que movilizaron su vida y su lucha, o al menos despojarlo de la carga ideológica con la que sostenía su accionar. Por fuera de esto hay que decir que si bien, seguramente, ni las letras ni la música pasarán a la historia, Che, el musical argentino se impone por la labor que su director, Daniel Suárez Marzal, realizó sobre el escenario volviendo entretenidas las dos horas y media de función sin intervalo.
DinámicaLo primero que hay que señalar en este sentido -y con mayor énfasis- es el uso del espacio escénico. La sala principal de la Ciudad Kónex respeta todavía -felizmente- el origen de ese edificio y permite darle al espectáculo cierta suciedad, cierta rudimentariedad que le aporta y mucho tanto al personaje como al tema. Enormes portones metálicos que suben y bajan, rampas, escaleras y barandas aportan un dinamismo a la escena que tal vez no tenga tan bien trabajada en sus partituras. Y desde ese lugar Suárez Marzal supo dirigir o aceptar las propuestas del escenógrafo Sergio Massa, quien con muy pocas estructuras -y muy económicas algunas de ellas- puede producir un sentido que rompe con cualquier tipo de representación realista. El mejor ejemplo en este sentido es la motocicleta con la que realizara junto a Granados su viaje latinoamericano. Ella es el mejor ejemplo visual del objetivo de Suárez Marzal: quebrar las linealidades, romper el carácter figurativo y las interpretaciones sencillas de un ser en sí mismo complejo. Así el espacio se compondrá y descompondrá cuantas veces sea necesario para romper con la referencialidad.
Algo similar puede observarse en el cuerpo de baile, que ocupa verdaderamente un rol protagónico. Con una sólida formación clásica, la mayoría de ellos saben llevar a cabo cada una de las líneas coreográficas por las que Omar Saravia los lleva -que son muchas por cierto-, y colaborar con ese espíritu conceptual con el que trabaja el director. Hay momentos en los que los cuerpos habitan el espacio mientras que en otros directamente son ellos quienes lo crean.
En cuanto a los intérpretes hay que señalar primero que son dos los actores que interpretan al protagonista, Alejandro Paker y Germán Barceló. Este crítico vio una función en la que debía estar Paker pero que finalmente fue protagonizada por Barceló, quien tiene una gran destreza musical acompañada por un fuerte histrionismo. Está muy bien acompañado fundamentalmente por Brian Cazeneuve (la infancia del Che), Marisol Otero (Musa de la revolución), Florencia Benítez (Chichina) y fundamentalmente Roxana Carabajal, quien recibe al revolucionario en Bolivia y lo hace con una calidez y una dulzura que se destaca por sobre el resto y que le da jerarquía a las zonas folclóricas latinoamericanas por las que transita este musical.
El problema, entonces, no está en el desempeño de los rubros sino en la idea en sí, ya que es el propio personaje (y Camilo Cienfuegos, Fidel y Raúl Castro y otros) quien contrasta. Porque desde lo visual se eligió la imitación, la referencia lineal, pero el director trabaja todos los otros lenguajes de forma conceptual. Tal vez el resultado hubiera sido otro si hubieran puesto esta historia dentro de un marco que permita un mayor extrañamiento para relatar una historia que está demasiado viva en América latina, por más que se haya querido convertirlo en el rostro impreso en una remera.
Federico Irazábal